Basta un día de micro en micro para ver a Lima en su totalidad. Te sabe extraña al principio, te da asco en
otras, te apena, la quieres, la odias también, tratas de buscar soluciones, de
perdonarla, de re ordenarla y por último optas por irte de ella, para mirarla
desde otra perspectiva, menos personal y subjetiva.
Cuando subes al micro, no lo haces solo, hay quienes te
siguen detrás o a quienes tú sigues, muy de vez en cuando el cobrador te tiende
la mano, o se aprovecha y te toma de la cintura, ejerciendo un pellizco
fundamentado y
erótico. No hay forma de reclamar, finalmente fingió o no, ser
una ayuda.
Una vez encima, y con un poco suerte puedes encontrar asiento, si tienes aún más suerte estará limpio, que no te sorprenda que este “graffiteado”, eso sí, ruega por una buena compañía; porque todo el Perú está en una combi. Hay
algunos bien erguidos con pecho abierto, leyendo o mirando tras la ventana,
otros… bien recostados, boca abierta y en pleno sueño, hay quienes están tras
sus audífonos, tarareando una canción u otros que se hacen los dormidos.
Hay de incas, negros, cholos,
blancos y gringos. Pareciera que cada uno de ellos quiere marcar su distancia.
Es muy difícil que hablen entre sí, sino es para gritar “oye concha de tu
madre, crees que estás llevando animales”, “maneja bien burro”, “¿cuánto me
quieres cobrar?, "abusivo te crees”, o un “bájate pe, chapa tu taxi” y los clásicos “pasa al fondo y con sencillo”.
Dependerá de que ruta tomes, para
que midas la frecuencia con la que suben a ofrecerte un producto o servicio. El
alma caritativa y el asistencialismo peruano son grandísimos, será por eso que
resulta buen negocio el oficio de “limosnero móvil” o “vendedor”, sobre
todo para aquellos que te venden políticas de solidaridad.
Son dos trabajos distintos, el "vendedor" lleva un producto tangible: dulces, turrones arequipeños, helados, bebidas u otros, mientras que el "limosnero móvil" no tiene un bien
que ofrecerte; pero sí un servicio; la posibilidad de aliviar tus culpas
convirtiéndote en un alma caritativa. Cuando aportas con tu sencillo en la
combi y por cada monedita dada, alivias tus pecados, sientes que eres bueno. Respiras y te repites
mentalmente, pobre hombre o pobre mujer, pides al cielo piedad para ellos. Por
último te convences de que dios vio tu buena acción y con por eso bajará la cuenta que le debes.
El “limosnero”, te puede contar una y mil historias; desde la que están enfermos
o tienen un familiar en el hospital que necesita urgentemente medicina; la del
reo libre dispuesto a insertarse en la sociedad, la del alcohólico o drogadicto
bendecido por dios o la del extranjero varado en un país, en el que fue
sorprendido por asaltantes.
Cada una de esas historias, tiene una edad, un tiempo y un
timbre de voz distinto. Hay muchas de ellas que te hacen reflexionar y te obligan a sacar de tu bolsillo centavitos
de felicidad.
Cada uno de ellos, ha desarrollado una técnica particular
para exponer su discurso, suben y bajan de los buses en forma impresionante,
los encuentras más de una vez en la misma ruta, te hostigan. Pero cuidado, el
ciudadano cristiano, no hablaría nunca de hostigamiento. Pero es así como nos
sentimos, ¿no?
De acuerdo a nuestra cultura, a lo aprendido, estamos hechos
para responder como se debe frente a las decenas de vendedores espirituales que
suben al micro. No puedes estar tranquilo. La contaminación auditiva es voraz,
desde que subes. La música a todo volumen, que en su mayoría responden a radios
chichas, chacaloneras o regetoneras. Sus letras tienen tanta carga de
violencia, casi siempre relacionadas con el amor, el dolor, la muerte, el
desengaño y el sexo.
Pocas veces la gente le pide al conductor que baje el
volumen o cambie de emisora. Los cobradores en algunos casos llevan la ropa
sucia y huelen mal. Lima está sucia también y huele muy mal. No tendría por qué
sorprendernos. Pero nosotros espectamos con tranquilidad y somos parte de este show
móvil capitalino.
Suben los vendedores de intangibles, con verbo florido, con
papeles en mano, con heridas al aire libre, con elementos punzo cortantes para
hacer maniobras circenses de antaño y nos deleitan de la mediocridad limeña,
nosotros los alimentamos y les ayudamos a continuar en ese camino; finalmente
es el más sencillo, aunque hay que resaltar que hasta para eso hay cierto grado
de creatividad, que nos vuelve ingenuos.
Gritan, casi perforan tu tímpano, te llenan de una energía
negativa, les enseñan a tus hijos la “realidad del país” y te obligan a
escucharlos. En todo este tiempo, nunca he visto nadie que se pare y diga, ¡basta! ¿Por qué?, porque somos
paternalistas, porque nos da pena, porque nadie está libre de que le pase
aquello. Y entonces aguantamos todo eso y más.
Pasamos mucho tiempo en el micro, con todo ello, con el robo
y la coima, con el apretón corporal, con
el mal humor de la gente, con tu angustia por bajar de ese infierno. El
trayecto se convierte en una forma de sobrevivir, casi como en un campo minado,
no te queda otra que desatar tu fiera, que comerte al más débil y bajar del
micro creyéndote invencible. Pero, tranquilo…es un aprendizaje invaluable para
la vida, hay que transmitírselo a los niñ@s.
“Disculpe que venga a interrumpir su lindo viaje”; eso ya te
pone en un estado alerta, sin posibilidad de réplica. Claro que lo interrumpe,
te aguantas las ganas de callarles en voz alta, y empiezas una especie de
plegaria para que no sea un delincuente, no te insista o no se te acerque
tanto. Estas personas contribuyen al estrés del viaje, que ya es tedioso por el
tráfico.
En Lima, viajar en transporte público puede ser desde instructivo hasta aniquilador. ¿Por qué no existe una ley que prohíba que los ambulantes de servicios inmateriales te
persigan? Es un verdadero acoso, sí. Todos los días nos enfrentamos a ello.
Muchas veces no quieres viajar porque no sabes con que te encontraras.
Entonces empiezas a sortear con tu mente. Un hombre borracho
cantando a gritos, lastimando tus canales auditivos, mañana una señora con bebe
desnutrido en brazos, pasado un hombre recién salido del penal de Lurigancho.
¿Acaso no pueden ganarse la vida de otra manera que no sea la de imponerte a
gritos o sollozos que les atiendas, que sientas lastima? Solidaridad señores!
Yo creo que sí, hay miles de forma de llevarse a casa “los
fréjoles”, un poco de amor propio, orgullo bueno y honestidad, no esperar sino
actuar. Un poco de respeto para el resto. Todos queremos un viaje tranquilo,
saludable, que no destruya nuestra salud mental, que no deje estupefacto a
nuestros hijos. ¿Pero de qué salud mental hablamos?, eso es pura farsa.
Para todos aquellos que no contamos con una movilidad propia,
viajar es un verdadero infierno, al diablo…con Dante Alegheri, Lima es otra cosa. Antes, a los mendigos
los encontrabas en la puerta de la iglesia, actualmente se han reducido, les ha
dado por deambular. Y claro, no es para
menos y no se necesita ser estadista para saber que hay todo un mercado
potencial de incautos en los micros, que es más que rentable.
Todo esto, por los que son vendedores espirituales. Aquí la
iglesia católica tiene un lugar bien ganado, y es que basta ver los bautizos
masivos, la primera comunión, la confirmación, el matrimonio, la unción de los
enfermos y hasta en la muerte de uno, siempre hay pecados, siempre hay quien
puede borrarlos en nombre de dios, siempre será un sencillo el que darás que
poco o nada justifica la propina que en sobre blanco y sin acuse de recibo,
pagas.
Y sigue el acoso, ya no verbal, sino corporal. El micro
lleno y su ya conocido y popular manoseo. Esos tocamientos o frotaciones
pélvicas que muchos hombres no pueden controlar, hablo de la masturbación móvil
o al paso, un acto improvisado.
Niñas y niños viajando solos, a la merced de acosadores de
saco, corbata o jeans, en busca de presas poco adiestradas para la Lima gris;
de esto no están libres los adolescentes, las mujeres adultas e incluso las más
mayorcitas. No, todos estamos expuestos. La política del manoseo impera y va
creciendo. La masturbación ha salido de la alcoba y es compartida a la fuerza,
no hay posibilidad de reacción.
Lo concreto es que una vez más está el silencio. Prefieres
no hablar de esto con tus niños. Nombrar los órganos sexuales con otro nombre.
No hablar de la masturbación. No entendernos como seres sexuales y
emocionales. No o sí. Bueno o malo, es
todo lo que necesitamos saber. Lo demás imposible, adverso, impronunciable.
Callamos.
Si estamos en el micro y este corre a velocidad, callamos.
Si vemos un tipo mañoso, callamos. Si nos molesta el discurso del mendigo
móvil, también callamos. Guardamos silencio y es mejor así, porque nos evitamos
problemas.
La elite burguesa limeña (clase mediera), calla, prefiere no
hablar, obviar que sus hijos pasan por todo esto y más. Pero si hablamos de la elite criolla, de barrio y con
cancha. Sabemos que solo responderán con gritos y ofensas, dejando escapar su
aprendizaje de vida, de supervivencia, en el que vive el más fuerte, el más
macho, el que grita más, el que provoca miedo.
Lima, perucito. Y es que es mentira que en la capital vive
puro blanco y gringo, o los más afortunados. No. Aquí vive todo el Perú, lo ves
en el micro. Todos hacen su negocio en el micro, muchos se ignoran en el micro,
aquí hay un montón de oportunidades, los que viajan y pagan su pasaje no la
ven; pero el que está afuera, la tiene clarita, aprovecha y nos alivian la carga
espiritual.
Muy bien aprendida la forma, le van quitando el monopolio
de "descarga espiritual" a la iglesia. Amén...por Lima y su incapacidad de acción.
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