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sábado, 11 de abril de 2015

Lima en una combi/ Shirley Paucara


Basta un día de micro en micro para ver a Lima en su totalidad. Te sabe extraña al principio, te da asco en otras, te apena, la quieres, la odias también, tratas de buscar soluciones, de perdonarla, de re ordenarla y por último optas por irte de ella, para mirarla desde otra perspectiva, menos personal y subjetiva.

Cuando subes al micro, no lo haces solo, hay quienes te siguen detrás o a quienes tú sigues, muy de vez en cuando el cobrador te tiende la mano, o se aprovecha y te toma de la cintura, ejerciendo un pellizco fundamentado y
erótico. No hay forma de reclamar, finalmente fingió o no, ser una ayuda.

Una vez encima, y con un poco suerte puedes encontrar asiento, si  tienes aún más suerte estará limpio, que no te sorprenda que este “graffiteado”, eso sí, ruega por una buena compañía; porque todo el Perú está en una combi. Hay algunos bien erguidos con pecho abierto, leyendo o mirando tras la ventana, otros… bien recostados, boca abierta y en pleno sueño, hay quienes están tras sus audífonos, tarareando una canción u otros que se hacen los dormidos.

Hay de incas, negros, cholos, blancos y gringos. Pareciera que cada uno de ellos quiere marcar su distancia. Es muy difícil que hablen entre sí, sino es para gritar “oye concha de tu madre, crees que estás llevando animales”, “maneja bien burro”, “¿cuánto me quieres cobrar?, "abusivo te crees”, o un “bájate pe, chapa tu taxi” y los  clásicos “pasa al fondo y con sencillo”.

Dependerá de que ruta tomes, para que midas la frecuencia con la que suben a ofrecerte un producto o servicio. El alma caritativa y el asistencialismo peruano son grandísimos, será por eso que resulta buen negocio el oficio de “limosnero móvil” o “vendedor”, sobre todo para aquellos que te venden políticas de solidaridad.

Son dos trabajos distintos, el "vendedor" lleva un producto tangible: dulces, turrones arequipeños, helados, bebidas  u otros, mientras que el "limosnero móvil" no tiene un bien que ofrecerte; pero sí un servicio; la posibilidad de aliviar tus culpas convirtiéndote en un alma caritativa. Cuando aportas con tu sencillo en la combi y por cada monedita dada, alivias tus pecados, sientes que eres bueno. Respiras y te repites mentalmente, pobre hombre o pobre mujer, pides al cielo piedad para ellos. Por último te convences de que dios vio tu buena acción y con por eso bajará la cuenta que le debes.

El “limosnero”, te puede contar una y mil historias; desde la que están enfermos o tienen un familiar en el hospital que necesita urgentemente medicina; la del reo libre dispuesto a insertarse en la sociedad, la del alcohólico o drogadicto bendecido por dios o la del extranjero varado en un país, en el que fue sorprendido por asaltantes.

Cada una de esas historias, tiene una edad, un tiempo y un timbre de voz distinto. Hay muchas de ellas que te hacen reflexionar y  te obligan a sacar de tu bolsillo centavitos de felicidad.
Cada uno de ellos, ha desarrollado una técnica particular para exponer su discurso, suben y bajan de los buses en forma impresionante, los encuentras más de una vez en la misma ruta, te hostigan. Pero cuidado, el ciudadano cristiano, no hablaría nunca de hostigamiento. Pero es así como nos sentimos, ¿no?

De acuerdo a nuestra cultura, a lo aprendido, estamos hechos para responder como se debe frente a las decenas de vendedores espirituales que suben al micro. No puedes estar tranquilo. La contaminación auditiva es voraz, desde que subes. La música a todo volumen, que en su mayoría responden a radios chichas, chacaloneras o regetoneras. Sus letras tienen tanta carga de violencia, casi siempre relacionadas con el amor, el dolor, la muerte, el desengaño y el sexo.

Pocas veces la gente le pide al conductor que baje el volumen o cambie de emisora. Los cobradores en algunos casos llevan la ropa sucia y huelen mal. Lima está sucia también y huele muy mal. No tendría por qué sorprendernos. Pero nosotros espectamos con tranquilidad y somos parte de este show móvil capitalino.

Suben los vendedores de intangibles, con verbo florido, con papeles en mano, con heridas al aire libre, con elementos punzo cortantes para hacer maniobras circenses de antaño y nos deleitan de la mediocridad limeña, nosotros los alimentamos y les ayudamos a continuar en ese camino; finalmente es el más sencillo, aunque hay que resaltar que hasta para eso hay cierto grado de creatividad, que nos vuelve ingenuos.

Gritan, casi perforan tu tímpano, te llenan de una energía negativa, les enseñan a tus hijos la “realidad del país” y te obligan a escucharlos. En todo este tiempo, nunca he visto nadie que se pare y  diga, ¡basta! ¿Por qué?, porque somos paternalistas, porque nos da pena, porque nadie está libre de que le pase aquello. Y entonces aguantamos todo eso y más.

Pasamos mucho tiempo en el micro, con todo ello, con el robo y la coima,  con el apretón corporal, con el mal humor de la gente, con tu angustia por bajar de ese infierno. El trayecto se convierte en una forma de sobrevivir, casi como en un campo minado, no te queda otra que desatar tu fiera, que comerte al más débil y bajar del micro creyéndote invencible. Pero, tranquilo…es un aprendizaje invaluable para la vida, hay que transmitírselo a los niñ@s.

“Disculpe que venga a interrumpir su lindo viaje”; eso ya te pone en un estado alerta, sin posibilidad de réplica. Claro que lo interrumpe, te aguantas las ganas de callarles en voz alta, y empiezas una especie de plegaria para que no sea un delincuente, no te insista o no se te acerque tanto. Estas personas contribuyen al estrés del viaje, que ya es tedioso por el tráfico.

En Lima, viajar en transporte público puede ser  desde instructivo hasta aniquilador. ¿Por qué no existe una ley que prohíba que los ambulantes de servicios inmateriales te persigan? Es un verdadero acoso, sí. Todos los días nos enfrentamos a ello. Muchas veces no quieres viajar porque no sabes con que te encontraras.

Entonces empiezas a sortear con tu mente. Un hombre borracho cantando a gritos, lastimando tus canales auditivos, mañana una señora con bebe desnutrido en brazos, pasado un hombre recién salido del penal de Lurigancho. ¿Acaso no pueden ganarse la vida de otra manera que no sea la de imponerte a gritos o sollozos que les atiendas, que sientas lastima? Solidaridad señores!

Yo creo que sí, hay miles de forma de llevarse a casa “los fréjoles”, un poco de amor propio, orgullo bueno y honestidad, no esperar sino actuar. Un poco de respeto para el resto. Todos queremos un viaje tranquilo, saludable, que no destruya nuestra salud mental, que no deje estupefacto a nuestros hijos. ¿Pero de qué salud mental hablamos?, eso es pura farsa.

Para todos aquellos que no contamos con una movilidad propia, viajar es un verdadero infierno, al diablo…con Dante Alegheri,  Lima es otra cosa. Antes,  a los mendigos los encontrabas en la puerta de la iglesia, actualmente se han reducido, les ha dado por deambular.  Y claro, no es para menos y no se necesita ser estadista para saber que hay todo un mercado potencial de incautos en los micros, que es más que rentable.

Todo esto, por los que son vendedores espirituales. Aquí la iglesia católica tiene un lugar bien ganado, y es que basta ver los bautizos masivos, la primera comunión, la confirmación, el matrimonio, la unción de los enfermos y hasta en la muerte de uno, siempre hay pecados, siempre hay quien puede borrarlos en nombre de dios, siempre será un sencillo el que darás que poco o nada justifica la propina que en sobre blanco y sin acuse de recibo, pagas.

Y sigue el acoso, ya no verbal, sino corporal. El micro lleno y su ya conocido y popular manoseo. Esos tocamientos o frotaciones pélvicas que muchos hombres no pueden controlar, hablo de la masturbación móvil o al paso, un acto improvisado.

Niñas y niños viajando solos, a la merced de acosadores de saco, corbata o jeans, en busca de presas poco adiestradas para la Lima gris; de esto no están libres los adolescentes, las mujeres adultas e incluso las más mayorcitas. No, todos estamos expuestos. La política del manoseo impera y va creciendo. La masturbación ha salido de la alcoba y es compartida a la fuerza, no hay posibilidad de reacción.

Lo concreto es que una vez más está el silencio. Prefieres no hablar de esto con tus niños. Nombrar los órganos sexuales con otro nombre. No hablar de la masturbación. No entendernos como seres sexuales y emocionales.  No o sí. Bueno o malo, es todo lo que necesitamos saber. Lo demás imposible, adverso, impronunciable. Callamos.

Si estamos en el micro y este corre a velocidad, callamos. Si vemos un tipo mañoso, callamos. Si nos molesta el discurso del mendigo móvil, también callamos. Guardamos silencio y es mejor así, porque nos evitamos problemas.

La elite burguesa limeña (clase mediera), calla, prefiere no hablar, obviar que sus hijos pasan por todo esto y más. Pero si  hablamos de la elite criolla, de barrio y con cancha. Sabemos que solo responderán con gritos y ofensas, dejando escapar su aprendizaje de vida, de supervivencia, en el que vive el más fuerte, el más macho, el que grita más, el que provoca miedo.

Lima, perucito. Y es que es mentira que en la capital vive puro blanco y gringo, o los más afortunados. No. Aquí vive todo el Perú, lo ves en el micro. Todos hacen su negocio en el micro, muchos se ignoran en el micro, aquí hay un montón de oportunidades, los que viajan y pagan su pasaje no la ven; pero el que está afuera, la tiene clarita, aprovecha y nos alivian la carga espiritual.

Muy bien aprendida la forma,  le van quitando el monopolio de "descarga espiritual" a la iglesia. Amén...por Lima y su incapacidad de acción.
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