Escarbo de
acequia en Yanque - Aransaya
Esta mañana tuve
un encuentro maravilloso con lo más profundo del teatro peruano en el Valle del
Colca, distrito de Yanque. Desde allí,
el sol, el viento y su frío me abrazaron junto al apu Cotaña, protegiéndome de
no caer en tierra virgen, (ello podría traer desgracia, me advirtieron).
Doña Melita,
una viuda soltera, nos llevo a mi compañera y a mí, a ese encuentro, con el afán de registrar la ancestral limpieza
de acequia. Cuando lo solicito fervientemente a la oficina de Patrimonio, donde
trabajo, sabía que me esperaba una interesante investigación y algo más.
Así, me aventure
a quedarnos en medio de la carretera, a caminar por los estrechos caminos de
los apus y a “tirar dedo”, para que
algún citadino nos recoja.
Cuando llegamos
a las alturas, el cielo claro, el fuerte sol y las montañas nevadas, hicieron
un cuadro conmovedor junto con la bandera roja y blanca al brazo del capitán,
con él su banda de guerra y 36 personas hacían sentir a la primera cuadrilla de
la ceremonia.
Todos los años,
los siete de agosto se inicia la limpieza de los canales, durante tres días y
luego del pago a la tierra, alrededor de
70 hombres van por las rocosas montañas, de día y de noche para trabajar por el
agua. Llevan lampas y barretas, las que movilizan en una danza perfecta, al son
de la tarola y trompeta.
Los hombres del
pueblo de Yanque, no están solos, sus mujeres los acompañan por las heladas
rutas, en los horarios claves para el fiambre. Desde las cuatro de la mañana,
las mujeres de Yanque, se levantan para ir en busca de sus esposos a los apus, con
sus chuspas (bolso donde llevan la coca), el desayuno listo y con todos los ingredientes
necesarios para cocinar en los cerros y atenderlos con amor y orgullo, luego de
todo ese esfuerzo.
En la estancia
CCapu (la parte alta), se aprecia la organización de las mujeres, alojadas
armónicamente en los corrales para las alpacas, allí, habían puesto en marcha
sus cocinas artesanales y sus ollas de barro, entre costales, baldes gigantes, colchones, colchas y otros objetos,
que llevan en sus mulas, burros y caballos.
Se ve en el otro
extremo, llegar a la segunda cuadrilla, con otra bandera, con músicos y con
cuarenta hombres, en ambas cuadrillas las edades fluctúan entre los 17 y 50
años de edad. Una vez en tierra firme,
descansan, abrazan a sus mujeres, a sus hijos,
beben y comen.
Cada cuatro o
cinco metros, se siente el olor del cuy chactado, del pollo a la olla, el
chicharrón de Alpaca y el Sarapel (sopa de maíz y charqui). La bebida no puede
faltar, la chicha, el almidón y el ampiñuto (licor medicinal), son alicientes
imprescindibles para continuar con la faena. Como es costumbre antes de beber,
llevan a los labios de la madre tierra un poco de licor o chicha, pidiendo
protección y abrigo.
Cuando el
fiambre se acaba, la familia prepara su equipaje, en muchos de los casos los
transportan en sus animales, mientras que en otros, son las mujeres con sus
coloridas llicllas, las que transportan el alimento que les garantizará la
salud a sus maridos.
Doña Melita, no
para de caminar con su botella de agua san luis llena de vino dulce y su pequeña
copa de plata, ofreciéndoles a todos un brindis, por gratitud o para que nos
cuente una historia. Ella, es una viuda soltera, luego de cuatro años de
viudez, ya puede dejar el negro de su traje y ponerle color a su vestido.
Durante todo el
camino, mi compañera, doña Melita y yo, estuvimos resguardadas por un ángel
protector, su hijo nieto, “a los apus les gustan los niños (varones), no hay
forma de que nos pase algo malo, porque venimos con Rodrigo”, aseguró Melita.
Así, confiada,
como si fuera mi madre, me deje llevar todo el camino, en algunos casos del
brazo de esta mujer que hace pocas horas conocí, escuchándola, viendo sus ojos
brillar e investigar con agudeza, ella hacia brotar de los labios de cualquiera
una sonrisa y un verbo abundante de sabiduría, de identidad y de fidelidad por
la tierra.
Por el amor a la
pachamama, a sus benditas cosechas, a la familia, para vencer el hambre y para no perder su
pasado; todos los años desde hace siglos, los hombres de Yanque, caminan y
trabajan por tres días enteros, en la limpieza de todos los canales que
conducen el agua hasta sus topos (pedazos de tierras destinados a la
agricultura).
No ha existido
año en el que no se sumerjan en las difíciles grietas de los apus, no han
dejado de lampear, ni de barretear, ni de llevarle a los apus sus ofrendas,
además de bailar y amar. Sí, porque el bailar y amar, viene después en la
fiesta; la noche previa al final de todo este ritual, se juntan todos en la
capilla de Yanque, con la música, la bebida, las wifalitas ( mujeres solteras)
y los hombres vestidos de toros que corren tras las vaquillas simulando un
encuentro sexual.
En el día final,
bajan de la capilla a la plaza de armas del pueblo, a seguir con la fiesta,
mañana es 9 de agosto del 2012, será ese día, mañana les cuento como culmina la
ceremonia del agua, la limpieza de la acequia, la purificación de la vida
misma, de lo que hace a Yanque un pueblo único en el Valle, un pueblo solidario
y que trabaja organizadamente por la vida.
Spm/
3 comentarios:
Me encantó haber podido leer esta vivencia, te felicito, deseo llegue a mas personas y conozcan como en las alturas se respeta el agua y la pachamana en todo aspecto.
Suerte!
Me encantó haber podido leer esta vivencia, te felicito, deseo llegue a mas personas y conozcan como en las alturas se respeta el agua y la pachamana en todo aspecto.
Suerte!
Me encantó haber podido leer esta vivencia, te felicito, deseo llegue a mas personas y conozcan como en las alturas se respeta el agua y la pachamana en todo aspecto.
Suerte!
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