Vistas de página en total

miércoles, 8 de agosto de 2012

Limpiar para vivir


Escarbo de acequia en Yanque - Aransaya

Esta mañana tuve un encuentro maravilloso con lo más profundo del teatro peruano en el Valle del Colca,  distrito de Yanque. Desde allí, el sol, el viento y su frío me abrazaron junto al apu Cotaña, protegiéndome de no caer en tierra virgen, (ello podría traer desgracia, me advirtieron). 

Doña Melita, una viuda soltera, nos llevo a mi compañera y a mí,  a ese encuentro,  con el afán de registrar la ancestral limpieza de acequia. Cuando lo solicito fervientemente a la oficina de Patrimonio, donde trabajo, sabía que me esperaba una interesante investigación  y algo más.

Así, me aventure a quedarnos en medio de la carretera, a caminar por los estrechos caminos de los apus y a “tirar dedo”,  para que algún citadino nos recoja. 


Cuando llegamos a las alturas, el cielo claro, el fuerte sol y las montañas nevadas, hicieron un cuadro conmovedor junto con la bandera roja y blanca al brazo del capitán, con él su banda de guerra y 36 personas hacían sentir a la primera cuadrilla de la ceremonia.

Todos los años, los siete de agosto se inicia la limpieza de los canales, durante tres días y luego del pago a la tierra,  alrededor de 70 hombres van por las rocosas montañas, de día y de noche para trabajar por el agua. Llevan lampas y barretas, las que movilizan en una danza perfecta, al son de la tarola y trompeta.

Los hombres del pueblo de Yanque, no están solos, sus mujeres los acompañan por las heladas rutas, en los horarios claves para el fiambre. Desde las cuatro de la mañana, las mujeres de Yanque, se levantan para ir en busca de sus esposos a los apus, con sus chuspas (bolso donde llevan la coca),  el desayuno listo y con todos los ingredientes necesarios para cocinar en los cerros y atenderlos con amor y orgullo, luego de todo ese esfuerzo.

En la estancia CCapu (la parte alta), se aprecia la organización de las mujeres, alojadas armónicamente en los corrales para las alpacas, allí, habían puesto en marcha sus cocinas artesanales y sus ollas de barro, entre costales, baldes  gigantes, colchones, colchas y otros objetos, que llevan en sus mulas, burros y caballos.
Se ve en el otro extremo, llegar a la segunda cuadrilla, con otra bandera, con músicos y con cuarenta hombres, en ambas cuadrillas las edades fluctúan entre los 17 y 50 años de edad.  Una vez en tierra firme, descansan, abrazan a sus mujeres, a sus hijos,  beben y comen.

Cada cuatro o cinco metros, se siente el olor del cuy chactado, del pollo a la olla, el chicharrón de Alpaca y el Sarapel (sopa de maíz y charqui). La bebida no puede faltar, la chicha, el almidón y el ampiñuto (licor medicinal), son alicientes imprescindibles para continuar con la faena. Como es costumbre antes de beber, llevan a los labios de la madre tierra un poco de licor o chicha, pidiendo protección y abrigo.

Cuando el fiambre se acaba, la familia prepara su equipaje, en muchos de los casos los transportan en sus animales, mientras que en otros, son las mujeres con sus coloridas llicllas, las que transportan el alimento que les garantizará la salud a sus maridos.

Doña Melita, no para de caminar con su botella de agua san luis llena de vino dulce y su pequeña copa de plata, ofreciéndoles a todos un brindis, por gratitud o para que nos cuente una historia. Ella, es una viuda soltera, luego de cuatro años de viudez, ya puede dejar el negro de su traje y ponerle color a su vestido.
Durante todo el camino, mi compañera, doña Melita y yo, estuvimos resguardadas por un ángel protector, su hijo nieto, “a los apus les gustan los niños (varones), no hay forma de que nos pase algo malo, porque venimos con Rodrigo”, aseguró Melita.

Así, confiada, como si fuera mi madre, me deje llevar todo el camino, en algunos casos del brazo de esta mujer que hace pocas horas conocí, escuchándola, viendo sus ojos brillar e investigar con agudeza, ella hacia brotar de los labios de cualquiera una sonrisa y un verbo abundante de sabiduría, de identidad y de fidelidad por la tierra.

Por el amor a la pachamama, a sus benditas cosechas, a la familia,  para vencer el hambre y para no perder su pasado; todos los años desde hace siglos, los hombres de Yanque, caminan y trabajan por tres días enteros, en la limpieza de todos los canales que conducen el agua hasta sus topos (pedazos de tierras destinados a la agricultura).

No ha existido año en el que no se sumerjan en las difíciles grietas de los apus, no han dejado de lampear, ni de barretear, ni de llevarle a los apus sus ofrendas, además de bailar y amar. Sí, porque el bailar y amar, viene después en la fiesta; la noche previa al final de todo este ritual, se juntan todos en la capilla de Yanque, con la música, la bebida, las wifalitas ( mujeres solteras) y los hombres vestidos de toros que corren tras las vaquillas simulando un encuentro sexual.

En el día final, bajan de la capilla a la plaza de armas del pueblo, a seguir con la fiesta, mañana es 9 de agosto del 2012, será ese día, mañana les cuento como culmina la ceremonia del agua, la limpieza de la acequia, la purificación de la vida misma, de lo que hace a Yanque un pueblo único en el Valle, un pueblo solidario y que trabaja organizadamente por la vida.

Spm/

3 comentarios:

Ximena de la Macarena dijo...

Me encantó haber podido leer esta vivencia, te felicito, deseo llegue a mas personas y conozcan como en las alturas se respeta el agua y la pachamana en todo aspecto.
Suerte!

Ximena de la Macarena dijo...

Me encantó haber podido leer esta vivencia, te felicito, deseo llegue a mas personas y conozcan como en las alturas se respeta el agua y la pachamana en todo aspecto.
Suerte!

Ximena de la Macarena dijo...

Me encantó haber podido leer esta vivencia, te felicito, deseo llegue a mas personas y conozcan como en las alturas se respeta el agua y la pachamana en todo aspecto.
Suerte!