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lunes, 10 de septiembre de 2012

Confieso que existe el amor



He confesado mi  insensatez, mi falta de amor por mí, por otros también. Mi pasión por la vida se condenso en el deseo fácil y encuentros oportunamente meditados para su fin. He narrado hechos reales, frecuento inventar y a veces me pierdo en el sentido de la fantasía y la realidad.

Es un hilo muy delgado y transparente, donde no logro conseguir equilibrio alguno. No me conviene mirar, ni escuchar, ni tocar, ni oler o sentir más de lo necesario; espacio y tiempo suficiente para salir corriendo, aún con la certeza de no estar herida.

Por eso, había puesto a mi deseo incesante de amor, algunas alas de las aves que más me gustan y me he elevado al aire cuantas veces he querido, las mismas veces me he detenido para beber sin pedir permiso,  para calmar esta sed y hambre que nos han inventado originariamente.

En el intento, las alas más hermosas se han roto de cansancio, se han ido voluntariamente o las han quebrado. En el intento, se ha desfigurado la forma inocua de mí. El contenedor del amor se ha vaciado y se ha llenado de  aire, invisible e indivisible.

Cuando había  perdido ya la necesidad de conexión con mi ser, con el otro;  has aparecido sin aviso, me has inventado una forma nueva y juntos hemos perdonado nuestros arrebatados intentos por obtener el amor, para mirarnos y reconocernos, para contemplar en el otro la aventura  de la vida y de la palabra utópica llamada felicidad.

¿Cuántas veces hemos muerto en el intento de amar?, de crear personajes ideales para nosotros, de entender que nos pasa y asimilar que no era más que un alma enferma la que llevábamos dentro, la que cargábamos como un anda al son de la culpa y de una oscura veneración también.

Pero hemos llevado al tiempo a una transición espontanea y milagrosa, para detener ese frío deseo y revertirlo en el río, lavar en él nuestros insignificantes pecados, miedos y costumbres. 

Lavar y secar nuestra piel de lo que han dejado ellos y ellas, en este y en el espacio paralelo, para ser livianos y libres en la tierra que asentamos y dejar claro que tú y yo  sencillamente nos amamos, como se ama en los cuentos y fantasías de infancia.

Como se ama cuando confías, cuando eres tú mismo, por eso y por todo lo que soy y eres cuando estamos juntos, prometo amarte en la salud y en la enfermedad, en la alegría y la tristeza, hasta que la muerte que no es más que la propia vida, nos una en el infinito. 

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